Lo que hoy en día llamamos adicción implica la aplicación estricta del imperativo de goce de nuestra sociedad de consumo, una exhortación que empuja, presiona en todos los niveles: «come», «bebe», «coge»,»compra»… Adicciones que no siempre están ligadas a una sustancia en particular, sino más bien a cualquier cosa (material o inmaterial) que en su efecto anestésico opere como narcótico con el que se pretende suturar las carencias estructurales de los seres hablantes.
En obediencia a dicho imperativo del discurso del amo contemporáneo se encarna una adaptación muy particular del cogito cartesiano, «yo consumo, yo soy», que se desarrolla en nuevas formas sintomáticas íntimamente vinculadas a modos de vida compulsivos, modos de responder al conflicto salteando cualquier instancia angustiante.
La compulsión como vía privilegiada conduce a evadir los intervalos y, con ellos, el pensamiento, la posibilidad de angustiarnos y todo lo que emerge al experimentar algo del orden de la falta que nos hace deseantes.
Consumir para no desear, seguir adelante para no pensar, ocuparse siempre de algo para no angustiarse, todo sponsoreado por una sociedad que promueve el hacer, demoniza la tristeza y moldea subjetividades enemistadas con la falta, muy desapegadas de su fuero íntimo, aquellas que casi nunca encuentran otro resorte para su acciones que no sea un obrar automático de acuerdo con mandatos o de un modo que no sea compulsivo. Dicha desorientación ante la falta de coerción muestra una caída, una deflación inquietante del deseo. Es que claramente el imperativo de goce se encuentra en oposición al dinamismo del deseo. Lo anestesia, lo adormece, lo traiciona al servicio de no soportar ni un instante la tensión, la incomodidad que supone atravesar los conflictos, trascender las resistencias, sacrificar ciertos ideales o expectativas para transformar íntimamente lo que nos implica en nuestro propio malestar.
Al presentarlo todo como sustituible, la sociedad empuja a reemplazar rápidamente y en ese sentido la ciencia avanza frenéticamente para ofrecer opciones al infinito.Gobernados por el imperativo de felicidad, la angustia y la tristeza suelen percibirse como estorbos, devaluadas en su potencia propiciatoria de elaboraciones transformadoras.
Si el discurso hegemónico que nos habita no suele saludar amablemente el detenerse a pensar, a registrar lo que nos sucede es porque no busca producir sujetos sino consumidores, y por ello el sujeto siempre representa un efecto de resistencia frente a la sociedad de su tiempo.
2 replies on “CONSUMO, ERGO SUM”
Encuentro súper interesante de los opuestos entre deseo y goce. Como no tengo una formación en psicoanálisis me gustaría saber si efectivamente entendí lo que se dice cuando escribes «Es que claramente el imperativo de goce se encuentra en oposición al dinamismo del deseo.»
Acá entiendo al goce como inmediato (siervo del consumo) y al deseo como mediato. Si es así, como contemporánea, me resulta casi insoportable la idea de tener que soportar la tensión que me genera el deseo. Qué herramientas pueden movilizarse para soportar el tiempo necesario para no ser esclavos del consumo?
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Tal cual lo dices María Sol, efectivamente has captado con claridad una de las principales claves para entender la distinción entre ambas nociones: la mediación (o mediatización) que nos remite a una intervención simbólica que inaugure un intervalo frente a la urgencia. Y es en ese punto en el cual la palabra se erige como el gran recurso que poseemos para ello, en tanto seres hablantes. Todo esto sin demonizar el goce que nos habita, que presentifica nuestro cuerpo y que nos singulariza. Acceder sistemáticamente a estas tensiones, a estos empujes acuciantes sin cuestionamientos ni reflexión alguna puede resultar complicado, y el mercado (y la ciencia, en efecto) está allí para hacerlo posible al infinito e inmediatamente. La invitación a crear espacios para la palabra, junto a un otro que nos escuche, apunta a que cada quien logre arreglárselas con su goce, en el sentido de crear un «arreglo» que lo torne más vivible y, como decía Freud, transformar nuestra miseria neurótica en infortunio corriente. Un saludo y muchas gracias por tu mensaje!
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