Existe una íntima conexión entre el Psicoanálisis y la Poesía que se despliega en diferentes planos, todos ellos articulados por el valor de la palabra y sus efectos en y más allá del orden simbólico.
Comencemos por la articulación entre el trabajo del analizante (paciente) y el hacer poético:
El corazón del trabajo del analizante se despliega allí donde se entrega a asociar, basculando entre el sentido y el sin sentido, transitando los bordes de la palabra y se arroja a la producción de una novedad. Dice y se escucha decir aquello que no sabía que sabía, al modo de la creación poética. Y allí, el analista desde su escucha operante, lee este texto singular.
Como modelo de acercamiento al vacío, la poesía sirve de referencia para pensar la experiencia del analizante, quien llegado cierto punto de su análisis vivencia ese acercamiento a una especie muy particular de agujero y, al modo del poeta, bordea el vacío mediante la escritura y la letra, construyendo un decir que le es propio, un acto creativo original para cada uno, bajo la égida de la ética del uno por uno.
Crear y asumir un nuevo lugar respecto a la palabra (“un nuevo orden de relación simbólica con el mundo” como decía Lacan en su Seminario III) es un efecto de poesía que funciona como meta de un análisis y constituye un punto crucial, un antes y un después, en la experiencia del analizante.
«No soy un poeta, sino un poema. Y que se escribe pese a que tiene aires de ser sujeto»
Jacques Lacan, Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI.
Soy ese poema del cual no soy autor pero que pese a ello, se escribe en mi decir y me constituye. Soy ese poema en el que lo real suena. Ese poema que tiene la virtud de conservar anudados el sentido y los efectos de goce fuera de sentido, y me conecta con lo impactante de las primeras modulaciones, pone en escena la inquietud propia de aquellos incipientes encuentros de las palabras con el cuerpo. Soy ese poema que dejo que se escriba al hablar en un análisis y de cuya escritura el analista hace de soporte.